viernes, 11 de junio de 2010

  • El Hierro y La Palma, surcos de un compromiso teatral
    El inquieto Juan Carmona escribió en "Diario de Avisos" durante su etapa palmera



    JUAN CARMONA CABELLO (1955).



    CIRILO LEAL MUJICA
    Santa Cruz


    La trayectoria personal y artística de Juan Carmona Cabello no obedece en lo más mínimo a la improvisación, al capricho, al azar, al desorden. A lo largo de los años ha ido trazando los agitados surcos de su existencia movido por sueños, imperceptibles para la mayoría, pero concretos, contundentes, congruentes, realistas. Sueños y visiones que nacen de situaciones de marginación, de soledad, enfermedad, pobreza que le han envuelto en todas las esquinas de su ser. Lo que le da autenticidad, músculo, resorte, impulsos, perspectivas de presente y miradas de futuro: la percepción de la vida desde cielos altos y horizontes lejanos. Un caminar, una búsqueda, un compromiso -al margen de las comprensiones racionales-, cargado de dolor, desafectos, burlas y algunos apoyos solidarios. El desencanto general no le ha vencido. La inmensa paciencia, la sabiduría de larga espera, le mantienen franca la sonrisa y abiertas formas y el talante, pese a las puertas que se le cierran cuando ofrece sus proyectos que poco, muy poco, tienen que ver con emolumentos y réditos económicos. Siente que hoy, en general, el artista, el teatrero, ha desertado del presente, del compromiso con el aquí y el ahora, ante la agresión que la Naturaleza está sufriendo. Es enemigo de la complacencia, de los cortos de iniciativas, de los que prefieren lo más seguro y rentable. Por ello discrepa, sin aspavientos, del enfoque que hemos ofrecido de los artistas e intelectuales, la familia teatral en general, durante la dictadura: no todos se sumaron a la lucha a favor de la libertad. Antes y ahora hubo y habrá rompedores, gente que se ha ido desangrando por el camino y gente acomodada a los aires del momento, al calor o la sombra de los poderosos. Frente a esa actitud pasiva se opone la de los agitadores de la cultura y la vida. Esa es parte de su leyenda. Un hombre de ideas firmes, de intuiciones y horizontes en proceso constante de performance, sometiendo su cuerpo y su alma a su peculiar método para extraer las lecciones, los postulados del cómico, sobre el ser humano y compartirlas con sus congéneres en el acto de comunión más antiguo: el teatro.



    Teatrista en El Hierro
    La isla de El Hierro contó con unos antecedentes teatrales importantes. A mediados del siglo XIX, según nos relata el investigador Venancio Acosta, la práctica del arte de Talía era habitual en las sociedades re- creativas y culturales de Valverde. Por este motivo, la calle donde estuvo ubicado el primer casino de la isla (1860), se la denominó El Teatro. Aun así, tal vez El Hierro se mantuvo fuera de las giras teatrales de las compañías artísticas españolas que tocaban los puertos canarios en sus giras por los países latinoamericanos. Al parecer, el conflicto de clases, denominado "rabos blancos" y "rabos negros" se generó a partir de una polémica representación teatral. José Padrón Machín escribió algunas piezas teatrales y su compañero de represalia política y también huido durante la guerra civil y posguerra, Francisco Acosta Quintero, escribió, formó elenco y representó sus obras por los pueblos de la isla durante los años cincuenta y sesenta. Los textos, aún manuscritos, reflejan algunas tradiciones prehispánicas, así como la vida y las costumbres de sus vecinos. Los títulos de estas obras son Bajo el sol de Armiche, El triunfo del amor y Tú eres mi hermano, de la que existen dos versiones diferentes.

    A comienzos de los años setenta, la familia de Juan Carmona, se traslada a la isla de El Hierro. En aquel tiempo, su padre, Juan Carmona González, impartía talleres de albañilería en los programas de Promoción Profesional Obrera, los aún recordados cursos del PPO. Juan Carmona, hijo, se matricula en 6º en el Instituto de Bachillerato de Valverde. Mientras estudia en la capital herreña forma un grupo de teatro con estudiantes de su misma edad, aplica los ejercicios del Método de los autores rusos y acomete la puesta en escena de las fábulas de Ballesteros. Una puesta en escena que ahonda en supuestos rupturistas. Antonio Martínez Ballesteros es uno de los iniciadores del movimiento simbolista en el teatro español y gran parte de su obra fue sometida al silencio. Sus textos pretendían provocar en el espectador la descarga ideológica para acometer el desenmascaramiento de las distintas corrupciones de la sociedad actual. Un teatro -en palabras del crítico e historiador del teatro español, Ruiz Ramón-, que fuerza al espectador a tomar conciencia de las mil y una formas de enajenación; de la explotación y de la deshumanización radicales de que es víctima el individuo de la sociedad burocrática contemporánea.



    La Palma, teatro y periodismo
    La tradición teatral de La Palma es desbordante. El Carro Alegórico Triunfal, las Loas, el Diálogo entre el Castillo y la Nave, los Cuadros Plásticos, etc., son los ejemplos más gruesos de esta actividad cultural ancestral. Autores dramáticos y experiencias teatrales han mantenido vivo este fuego y ceremonia. El joven Juan Carmona, nuevamente por motivos familiares, los cursos del PPO de su padre, se traslada a Santa Cruz de La Palma el año 1972. Además de asistir a clase en el Instituto, forma grupo teatral y acomete con la misma intensidad la puesta en escena de las fábulas de Ballesteros. No se conforma con esta experiencia como animador teatral, idea una trama y con un grupo de jóvenes intérpretes la escenifica en el salón de actos del centro, ubicado en la plaza de Santo Domingo.

    "No me acuerdo del nombre de la obra, eguá, se trataba de personajes históricos que paseaban por Santa Cruz de La Palma en una guagua de madera: Napoleón, el Papa, el Ché… Los demás personajes, una pareja, un estudiante, un campesino, hablaban e improvisaban sobre la visita de aquellas figuras y de los problemas cotidianos de la ciudad. Los personajes históricos eran referenciales. Ese fue el primer texto que escribí, creo que se llamaba La parada. Después monté dos fábulas de Ballesteros: La bailarina y El hombre vegetal. Las representamos varias veces, en el cuartel de soldados de la capital, la primera vez que actué en un cuartel, la segunda vez fue cuando hice el servicio militar en Zaragoza. También la llevamos a varios pueblos de la isla, a Breña Baja, Fuencaliente. Había una gran inquietud cultural en la isla, hambre de teatro. Además del grupo de teatro del Instituto, hice teatro con niños y niñas pequeños. Preparamos una obra, La colmena, de carácter didáctico e improvisación, sobre la escuela, los oficios. Se hicieron rifas y con el dinero que sacamos hicimos una gira, acompañados por dos padres, por varios colegios de Tenerife, como el Duggi. Dormíamos en el Hogar Escuela de La Esperanza. Fue una experiencia hermosa para todos. Paralelamente a todo esto, entré en el grupo de teatro Candilejas, que dirigía Luis Ortega. En ese momento era el grupo más importante de la isla. Recuerdo que interpreté el personaje Chatarra o que la obra se llamaba Chatarra. No estoy seguro. La representación tuvo lugar en el Teatro Chico. Acudía al Instituto, practicaba teatro y buscaba tiempo para colaborar en el Diario de Avisos, cuando la rotativa estaba en la capital palmera. Publicaba poesía y entrevistas a grupos musicales que visitaban la isla de La Palma. Cronista de arte. Entrevistas a grupos que venían de la Península y de otras islas. Me acuerdo que entrevisté a un grupo que venía de la Península y se quedaron locos. Y eso que venían de allá. Les encantó. En ese tiempo, el Diario de Avisos tenía cuatro o seis páginas. Yo tenía amistad con el director. Me pasaba horas ante el teletipo. Un maquinón impresionante. La afición a las rotativas me vino por mi padre que, además de dar clases de albañilería, trabajó durante un tiempo en la imprenta la Católica".

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